lunes, 6 de junio de 2022

Morir como cualquier animal

 


Por Dr. Jacobo Schifter

Una vez más tenemos el terror. Esta vez, el blanco fueron los hispanos en Texas. Este, como lo qué pasó en París o en San Bernardino,  no deja de provocarnos el terror de la muerte.

Cada uno de nosotros ha pensado qué terrible sería estar en un concierto,  en la fiesta de navidad o en una universidad y que de un momento a otro,  empiecen a matarnos. Nuestra imaginación vuela porque los medios no brindan ni fotos ni los reportes de los sobrevivientes para no «herir» nuestra sensibilidad. Entonces, solo sabemos que todo fue una «carnicería» en que unos fueron, como ovejas en el matadero, ejecutados y muriendo solos y aterrorizados.

La literatura sobre los estudios de la muerte, igual que los medios de información,  ha puesto énfasis solo en el miedo.

Pero esta no es toda la historia de los atentados. Existe algo más importante que pasa inadvertido y que evidencia que la muerte de los inocentes y los desvalidos no es solo terror.

En los campos de concentración alemanes, como en la discoteca de París o en la fiesta de navidad de  San Bernardino, o en el aula de Columbine, todos estaban condenados. La muerte los miró de frente.

Tanto en los atentados del 9/11 en que cientos tuvieron el gesto de llamar de los aviones guiados hacia las torres, sabiendo que morirían, para despedirse de sus seres queridos y manifestar su amor, como en la masacre de San Bernardino, en que el judío mesiánico, herido de muerte, tuvo el coraje de decirle a una compañera que se escondiera en el escritorio, y así salvarle la vida, o  en la discoteca de París en que unos protegieron a otros de las balas con sus cuerpos moribundos, o en los abrazos de consuelo antes de morir que se dieron los estudiantes universitarios en Columbine, los seres humanos comunes y corrientes morimos pensando en los demás.

Recientemente  en Texas, había pasado lo mismo. Jordan y Andre Anchondo se encontraban en la tienda Walmart en El Paso, EE.UU., cerca de la frontera con México, cuando un joven blanco ingresó armado con un rifle de asalto y empezó a disparar contra la gente.Ambos fallecieron intentando proteger a su bebé de dos meses. Gracias al escudo que formaron alrededor del niño, este sobrevivió al tiroteo masivo que dejó un saldo de al menos 20 muertos con heridas menores (fractura en dos dedos), provocadas probablemente por el peso del cuerpo de su madre al caer sobre él. La noticia del fallecimiento de Jordan se supo el mismo sábado, mientras que la muerte de Andre se confirmó el domingo. Elizabeth Terry, tía de la joven, le dijo a CNN que cuando sacaron al bebé -Paul- de debajo de su cuerpo, el niño estaba manchado con la sangre de su madre. Ahora en Uvalde las maestras murieron protegiendo a sus niños.

Esto es lo que nos hace a los seres humanos, y no así a las ovejas,  trascender la muerte y lo que nos hace morir sin miedo y acompañados:  el amor de los demás. Cuando alguien te da la mano y te ayuda, el terror tiene que disminuir y uno no muere solo. Solo los humanos somos capaces de pensar en otros aún cuando estamos muriendo.

Pero para el terrorista, no habrá  compañía en la muerte.

Morirá como cualquier animal.

domingo, 5 de junio de 2022

Al Aqsa

 


Por David Mandel.

Hay dos casos en la Biblia donde un protagonista paga por una propiedad, a pesar de que se la ofrecen gratis. Los teólogos explican que el pago fue hecho para que no quedasen dudas sobre quiénes eran los propietarios legales.

El primer caso es el de Abraham que insistió en pagar dinero a Ephron, el propietario de la cueva de Machpelah, a pesar de que este se lo quería entregar gratis. Abraham, que no tuvo reparos en regatear con Dios respecto al número de justos en Sodoma, aceptó pagar la suma exorbitante que le pidió el vendedor, ya que quiso ser reconocido como propietario legal, (Génesis, capitulo 23).

El segundo caso es el rey David, a quien el profeta Gad ordena que construya un altar a Dios en la propiedad que pertenece a Araunah el jebusita. Araunah le ofrece al rey entregarle gratis la propiedad, pero el rey insiste en pagar “el precio completo,” también para ser reconocido como propietario legal.  (2 Samuel, capítulo 24). David que había conquistado Jerusalén y la había convertido en su capital, adquirió con su dinero lo que hoy es la Explanada del Templo.

Su hijo Salomón construyó allí el Primer Templo, destruido por los babilonios en el año 586 AEC, reconstruido por los judíos que regresaron del exilio y ampliado y embellecido por el rey Herodes en el siglo 1 AEC, luego destruido por los romanos en la Gran Rebelión Judía en el año 70 EC. Los romanos y los bizantinos dejaron el lugar en ruinas durante siglos. 

Mahoma murió en lo que es hoy Arabia Saudita en el año 632 EC. Seis años después, sus sucesores, iniciaron guerras de expansión y conversión de otras naciones, y capturaron Jerusalén en el año 638 EC. 

Treinta años después, el califa Muawiya, construyó en la parte sur de la explanada una mezquita, a la que se llamó Qibli. En el año 691 el califa Abd al-Malik construyó, en el lado norte de la misma explanada, el santuario hoy llamado Cúpula de la Roca.

En el curso de los siglos, el nombre El Aqsa (“La Lejana”) que originalmente, se daba a la mezquita en Medina, fue transferido a la mezquita en Jerusalén, y sustentado con la leyenda de que Mahoma había volado en una noche de Meca a “la lejana mezquita en Jerusalén”. El hecho de atribuir a Mahoma un viaje alado a una mezquita construida décadas después de su muerte, no fue obstáculo para que los creyentes dudasen de ese milagro. Y así fue como Jerusalén se convirtió, después de Meca y Medina, en la tercera ciudad más sagrada del Islam.

En la década de los 20 del siglo XX, el Gran Muftí de Jerusalén, Muhammad Amin al-Husayni, furibundo antisemita, simpatizante y colaborador de Hitler, tuvo la “brillante idea” (desde su punto de vista) de fomentar el odio y los masacres de judíos en Palestina, especialmente en 1929 y 1936, de acusar a los judíos de querer destruir la mezquita Al Aqsa.
 
Esa acusación, como todas las otras acusaciones contra los judíos durante siglos (entre ellas, “los judíos han matado a Dios”, “los judíos causaron la Peste Negra envenenando los pozos”, “los judíos utilizan sangre de niños para confeccionar la matzá”, “los judíos se roban la hostia para torturarla”, y la actual “Israel es un régimen apartheid”) son tan absurdas, ilógicas y ridículas, que no se pueden refutar con argumentos ni hechos).

En Haifa está el Templo principal de Bahai. En Jerusalén esta la Iglesia del Santo Sepulcro, pero ni los creyentes de Bahai ni los cristianos han jamás acusado a los judíos o al gobierno de Israel de querer destruir sus lugares sagrados. Esa obsesión la tienen solo los musulmanes azuzados por sus gobernantes, (“Los judíos están profanando Al Aqsa con sus pies inmundos” declaró Mahmoud Abbas). Los musulmanes destruyeron las sinagogas del Barrio Judío de la Ciudad Vieja de Jerusalén durante los 19 años de conquista jordana y prohibieron a los judíos rezar en el Muro de los Lamentos. En la actualidad, los palestinos han destruido otro lugar sagrado judío, La Tumba de Josef.

En 1967, cuando los soldados israelíes liberaron Jerusalén, Israel pudo haber insistido en administración conjunta de la Explanada del Templo (como si se hizo en la Cueva de Machpelah en Hebrón). En vez de exigir nuestros derechos, destruidos 2,000 años antes por el general romano Tito, el general Moshe Dayan, judío secular, en un gesto de increíble, incomprensible, imperdonable y mal retribuida generosidad, entregó la completa administración de la Explanada del Templo al Waqf, institución musulmana dependiente de Jordania.

Hoy, los fanáticos musulmanes, continúan con la absurda e ilógica acusación de que los judíos quieren destruir Al Aqsa, una calumnia que ya está por cumplir 100 años pero que sigue tan virulenta como lo fue en la época del Gran Muftí.