martes, 10 de julio de 2018

Las cosas son como somos



¿Le resulta familiar alguna de las siguientes situaciones? Su bienintencionada acción trae como resultado la reacción negativa de la otra persona o del equipo. En su trabajo, usted trasciende el deber; sin embargo, su jefe percibe y opina lo contrario y, desde esa subjetividad, le pasa la factura. Escenarios así causan gran parte de los problemas que afectan las relaciones, el clima laboral y la productividad de una empresa. ¿Qué origina este cruce de “realidades”? ¿Cómo mitigarlo?

Casi todo el tiempo estamos recibiendo estímulos externos, observando hechos, escuchando argumentos y lidiando con la presión generada por sucesos e interacciones. Frente a esto, debemos dar una respuesta, pero esta ni es única, ni viene sola: nuestros códigos, conceptos, estereotipos, creencias, aprendizajes, valores, emociones y paradigmas positivos o negativos la determinan. Y es entonces cuando − dada la divergencia entre la intención de unos y la interpretación de otros−, se abre la puerta a las posibles complicaciones. ¡Veamos el siguiente ejemplo!

Pensemos en alguien que haya sufrido abusos de figuras de autoridad en su infancia, o bien, que −por sus rasgos físicos y emocionales− haya sido víctima de agresiones de diversa índole. Generalmente, en procura de blindarse contra situaciones similares, hoy esta persona podría asumir una actitud defensiva o agresiva; ver mala intención aun en gestos espontáneos y positivos.

Algunas organizaciones están “secuestradas” por personajes influyentes que no filtran ni analizan lo que está al alcance de sus sentidos, más bien, sobrerreaccionan y provocan estragos en sus relaciones. La única realidad que existe es la que ellos han interpretado con su compleja maraña: conceptos infundados, prejuicios, iras y temores; condenando al resto de miembros del equipo a vivir en constante estado de tensión y desavenencia.

Esa proyección de las propias emociones en los demás distorsiona la realidad. Es decir, cada cual ve afuera lo que lleva dentro. Este encierro provoca que solo se vea lo conveniente y crea el ilusorio gozo de seguridad. Es negarse la sana posibilidad de reconocer la errada interpretación de sucesos.

Los primeros pasos contra los efectos de este delicado comportamiento son la reflexión, la autoobservación y el autoanálisis. Si se reconoce la propensión a juzgar a priori, conviene desarrollar el hábito de no reaccionar sin antes pensar la respuesta más prudente y  justa, una alineada tanto con los hechos como con los valores personales y organizacionales. La disciplina de evaluar, incluso las premisas propias, podría disminuir el daño a terceros y a uno mismo.

A la humildad, la sensatez y la autoestima les precede la capacidad de recapacitar que posea una persona. Los errores, el deterioro de las relaciones y la desconfianza disminuyen entre seres emocionalmente inteligentes, quienes aceptan que quizás no se están esforzando lo suficiente  por escuchar, entender y ser empáticos, esos que renuncian a ser poseedores de “la verdad verdadera”. Todos podemos equivocarnos en el modo de exponer nuestras ideas, también en la manera como escuchamos las de otros, entonces, ¿por qué no intensificar la corrección?

Immanuel Kant argumenta que es imposible llegar a conocer la esencia de las cosas, pues cada cual las interpreta de conformidad con su conciencia. Jiddu Krishnamurti, por su parte, agrega que una opinión no es una verdad absoluta, pues “Las cosas no son como son, sino como somos”. 

sábado, 7 de julio de 2018

Tracia: el rincón más europeo de Turquía



Tracia, el oeste europeo de Turquía

Además de Estambul, hay otra Turquía europea: es la Tracia, esa franja que queda al oeste, entre el Mar Negro, el Mar de Mármara y el Egeo. Allí está Gallípoli, escenario de la sangrienta batalla de la Primera Guerra Mundial y Edirne, la capital del Imperio Otomano antes de que Mehmet el Conquistador tomara Constantinopla (Estambul). También la ciudad estudiantil de Çanakkale y la isla de Gökçeada…

Lugares que hacen que un viaje a la Tracia merezca la pena
En Edirne, la cúpula flotante de la mezquita otomana Slimiye Camii, diseñada por el gran arquitecto Mimar Sinan, para muchos su mejor obra, es un imprescindible punto de interés. Esta ciudad fue la antigua Adrianópolis, que el emperador Adriano convirtió en capital de la Tracia romana a principios del siglo II d.C. Para entender la ciudad no hay que olvidar la cercanía de Grecia; incluso durante algunos años, en la Primera Guerra Mundial, fue territorio griego.



Gallípoli (Gelibolu) es una estrecha península que durante un milenio ha sido la llave de Estambul. Sobre todo es un lugar para contemplar el sangriento pasado de los campos de batalla de Gallipolli, uno de los más tristes escenarios de la Primera Guerra Mundial. Australianos y neozelandeses consideran el lugar como un punto de peregrinación, sobre todo el 25 de abril cuando se celebra el aniversario del desembarco aliado. Una experiencia muy recomendable es regalarse un festín de pescado y colocar una bandera turca sobre la “tumba del padre de la bandera”, en Gelibolu, sede de uno de los mejores museos de la guerra de la península.



También es recomendable disfrutar del escarpado paisaje y el ambiente griego de las aldeas de la remota isla de Gökçeada. Es una de las dos únicas islas turcas habitadas del Egeo y un lugar fascinante con algunos paisajes espectaculares y un cierto ambiente griego. Sus habitantes se dedican a la pesca, la ganadería y el turismo. Las playas merecen la pena, sobre todo porque no han sido invadidas por los turistas.



El Festival Histórico de Lucha en Aceite de Kukpnar, en Edirne, es uno de los eventos deportivos más antiguos y estrambóticos del mundo. Allí unos musculosos hombres ataviados únicamente con un par de pantalones cortos de cuero se embadurnan de aceite de oliva y luchan. Se celebra a finales de junio o principios de julio en el norte de Edirne.



Çamakkale es posiblemente la población más animada de los Dardanelos. Aquí merece la pena disfrutar de música en directo y de los beer boongs (embutidos para beber cerveza). Es también una buena base para visitar las ruinas de Troya y se ha convertido en un popular destino de fin de semana para los turcos. Su paseo marítimo está siempre animado gracias a la población estudiantil.



A ser posible hay que refrescarse en las cristalinas aguas de la aldea pesquera de Kiyiköy, en el Mar Negro. Lo mejor es la playa de arena, al norte del pueblo y los restos del castillo de Kiyiköy, del siglo VI. Pero sobre todo lo más llamativo es alojarse en el hotel-boutique Endorfina, uno de esos lugares únicos, en un acantilado por encima de la playa principal y el río, y con un una fantástica terraza. Su arquitectura contemporánea es como un avance del Estambul más cosmopolita.